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He hablado de lejanas batallas, del metálico
gesto de los días a lomos del caballo tiempo.

Del paso de los ojos hechos nieve que cae para
nunca ser pisada.

Palabras viento que no vuelven, disueltas alimentando
el recuerdo y los castillos donde regresábamos
al amanecer,
sucios de sangre y sudor herido por la sombra
de lo que pudo ser.

Castillos en la cima del deseo, antiquísimas construcciones
vigilando la frontera,
ejércitos en la niebla custodiándonos la juventud.

Más allá de las ciudades mágicas de la infancia,
más lejos de lo que llegaron a ver los vigías
en lo alto de las torres y murallas al amanecer,
cuando el esfuerzo por no quedarse dormidos era mayor,
justo allí, lo que no vimos ... lo que no vieron.

Sobre la cima del deseo, estatuas derramándose
ladera abajo,
órganos de piedra furiosa lentamente perdida.

Buscando el martillo con que golpear y ser el azote
y dar la forma
exacta a nuestras voces creciendo hasta el límite,
rebasándolo como niños silvestres, niños salvajes
masticando la hierba y la ilusión.

Con qué furia golpear ahora, con qué armas asolar
lo poco que nos queda.

Miramos todavía desde tan alto
que.